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Foto del escritorGaston Pasquini

Biología de la creencia. La nueva epigenética.

Éste es un resumen de las ideas que me parecieron más significativas del libro La Biología de la Creencia, de Bruce Lipton, uno de los grandes de la biología celular actual, un hombre que ha tenido el valor de enfrentarse al parque jurásico científico y de salirse de los raíles de la ciencia ortodoxa, con la idea de unir ciencia y espíritu.

La carga genética de todo ser viviente no sólo NO determina las condiciones biológicas en la que se va a desarrollar, sino que ni siquiera es el factor condicionante fundamental. Lo que le condiciona como organismo vivo es su entorno físico y energético. El conocimiento no es más que una ficción que ha tenido éxito, ha declarado más de un filósofo.

Si sustituyéramos “carga genética” por carga circunstancial, podríamos decir, extrapolando, que las circunstancias que hemos heredado de nuestro entorno familiar al nacer (por ejemplo dificultades económicas o padres conflictivos, o enfermos etc.) no tienen por qué ser un factor condicionante fundamental, sino que todo depende de cómo utilicemos nuestro capital energético para responder a esa situación.

-De pronto me di cuenta de que la vida de una célula está regida por el entorno físico y energético, y no por sus genes. Los genes no son más que planos moleculares utilizados para la construcción de células, tejidos, órganos. Es el entorno el que actúa como el «contratista o aparejador» que lee e interpreta esos planos genéticos y, a fin de cuentas, como el responsable último del carácter de la vida de una célula. Es la «percepción» del entorno de la célula individual, y no sus genes, lo que pone en marcha el mecanismo de la vida. Al igual que en las células aisladas, el carácter de nuestra existencia se ve determinado no por nuestros genes, sino por nuestra respuesta a las señales ambientales que impulsa la vida.
- Me sentí rebosante de alegría al darme cuenta de que podía cambiar el curso de mi vida mediante el simple hecho de cambiar mis creencias. Me sentí revigorizado de inmediato, ya que comprendí que allí había un sendero científico que podría alejarme de mi eterna posición de «víctima» para darme un puesto como «cocreador» de mi destino.

Veamos un ejemplo concreto de lo que afirma Lipton: Isabel acudió a consulta, espoleada por diversas patologías provocadas por la pésima relación que mantenía con su madre. Me contó que un año atrás su madre se había desplazado desde su residencia habitual, un pueblo de la Andalucía profunda, hasta la ciudad en la que reside su hija (en el Norte) y desde aquel momento a Isabel vio muy restringida su libertad de movimientos ya que recibe de forma incesante llamadas telefónicas de su madre a cualquier hora del día o de la noche. Isabel me contó que percibía la actitud de su madre como una agresión. A través de la sesión, tuvo la oportunidad de reconectarse con su esencia, con su guía interno, con su poder femenino, y vivió una importante catarsis. Le pregunté si ella habría acudido a mi consulta de no ser por la situación que vivía con su madre y reconoció que no, en aquel momento su visión cambió por completo, se dio cuenta de que su madre había hecho el inmenso esfuerzo de dejar su casa, sus amigas de siempre, sus costumbres y comodidades para ayudarla a reconectar con ella misma. Entonces empezó a sentir agradecimiento y amor hacia su madre, lo cual modificó su genética y le hizo sentirse pletórica de energía, como si hubiera soltado una pesada carga.

- Cuando observé por primera vez, en la escuela, en un microscopio un paramecio (ser unicelular que abunda en los charcos), en la ingenuidad de mi mente infantil, no consideré a ese organismo como una célula, sino como una persona microscópica, un ser capaz de pensar y sentir. Más que moverse sin rumbo, ese organismo microscópico unicelular parecía tener una misión.

Cada una de nuestras células es una réplica perfecta de nuestro ser exterior y por supuesto que es capaz de sentir, pensar, enfadarse, llorar, reír, esconderse, quejarse o regocijarse, como cualquier ser humano. Es algo que podemos verificar en cuanto conectamos con nuestro pueblo celular.

.- En aquella época ya me había convertido en un vehemente partidario de una «nueva biología». Había llegado a cuestionarme no sólo la competitiva versión darwiniana de la evolución, sino también el dogma central de la biología, la premisa de que los genes controlan la vida. Esa premisa científica tiene un error fundamental, que consiste en decir que los genes no se pueden activar o desactivar a su antojo.
- Creo que las células nos muestran no sólo los mecanismos de la vida, sino también una forma de llevar una vida rica y plena. Dentro de la torre de marfil de la ciencia, ese tipo de pensamiento me granjearía sin duda el estrafalario premio Doctor Dolittle al antropomorfismo o, para ser más exactos, al “citomorfismo”: pensando como una célula», aunque para mí se trata de biología básica. Tal vez te consideres un ente individual, pero como biólogo celular puedo asegurarte que en realidad eres una comunidad cooperativa de unos cincuenta billones de ciudadanos celulares. La práctica totalidad de las células que constituyen tu cuerpo se parecen a las amebas, unos organismos individuales que han desarrollado una estrategia cooperativa para la supervivencia mutua.
En términos básicos, los seres humanos no somos más que la consecuencia de una «conciencia colectiva amebiana». Al igual que una nación refleja los rasgos distintivos de sus ciudadanos, la humanidad debe reflejar la naturaleza básica de nuestras comunidades celulares. Utilizando estas comunidades celulares como modelos, llegué a la conclusión de que no somos las víctimas de nuestros genes, sino los dueños y señores de nuestros destinos, capaces de forjar una vida llena de paz, felicidad y amor.

Podemos ser los dueños y señores de nuestros destinos, pero para ello es preciso activar el más preciado de los regalos divinos: la voluntad, la intención, lo que López Guerrero llama la ecuación de decisión.

- He vuelto al punto de partida y he pasado de ser un científico reduccionista enfrentado a la vista a ser un científico espiritual. Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios y es necesario que volvamos a introducir el espíritu en la ecuación si queremos mejorar nuestra salud mental y física. Puesto que no somos maquinas bioquímicas indefensas, el hecho de zamparnos una pastilla cada vez que nos encontramos mal física o mentalmente no es siempre la respuesta. Los fármacos y la cirugía son herramientas poderosas cuando no se utilizan en exceso, pero la idea de que los medicamentos pueden curarlo todo es, en esencia, errónea.
Cada vez que se introduce un fármaco en el organismo para corregir una función A, se alteran inevitablemente las funciones B, C o D. No son las hormonas ni los neurotransmisores producidos por los genes los que controlan nuestro cuerpo y nuestra mente; son nuestras creencias las que controlan nuestro cuerpo, nuestra mente y, por tanto, nuestra vida. En este libro trazaré la proverbial línea en la arena. A un lado de la línea está un mundo definido por el neodarwinismo, que considera la vida como una guerra interminable entre robots bioquímicos de batalla. Al otro lado de la línea se encuentra la «nueva biología», que propone la vida como un viaje de cooperación entre individuos poderosos que pueden reprogramarse a sí mismos para experimentar una vida llena de alegría. Si atravesamos esa línea y llegamos a entender de verdad la nueva biología, ya no será necesario discutir sobre el papel del medio y de la herencia por separado, porque nos daremos cuenta de que la mente consciente domina ambas cosas. Y creo que, cuando cruce esa línea, la humanidad experimentará un cambio tan profundo y paradigmático como cuando la realidad de que la Tierra era redonda irrumpió en una civilización plana.
- Los pensamientos positivos tienen un intenso efecto sobre el comportamiento y los genes, pero sólo cuando estamos en armonía con la programación subconsciente. De igual modo, los pensamientos negativos tienen también un poderoso efecto. Cuando comprendamos que estas creencias positivas y negativas controlan nuestra biología, podremos utilizar ese conocimiento para forjamos una vida saludable y feliz.
- Siempre me había fascinado la idea de que el hecho de considerar las células como «humanos en miniatura» haría que resultara mucho más sencillo comprender su fisiología y su comportamiento. Tal vez aprendieras en el colegio cuáles son los componentes básicos de una célula: el núcleo, que contiene el material genético; las mitocondrias, que producen energía; la membrana externa; y el citoplasma, que rellena el interior. Pero dentro de esas células en apariencia tan simples existe un mundo complejo; estas células inteligentes utilizan ciertas tecnologías que los científicos ni siquiera han acertado a imaginar todavía. Tratar de explicar la naturaleza de cualquier cosa no humana relacionándola con el comportamiento humano es lo que se denomina antropomorfismo. Los «verdaderos» científicos consideran que el antropomorfismo es un pecado mortal y condenan al ostracismo a los científicos que lo utilizan a sabiendas en su trabajo.

Considerar a las células como humanos en miniatura tiene muchas implicaciones, por ejemplo la que consiste en consultar con ellas cualquier iniciativa que deseemos tomar sobre nuestro cuerpo. Como por ejemplo una operación de cirugía estética. A un cirujano no se le ocurriría la peregrina idea de elegir una mujer cualquiera por la calle y hacerle una liposucción sin que ésta se lo haya pedido, es algo que nos parece impensable y absurdo, sin embargo es lo que hacemos con nuestros ciudadanos celulares cuando tomamos cualquier decisión sin consultarles previamente, y luego nos extrañamos cuando un cuerpo rechaza un trasplante o un implante dental, pongamos por caso. Las células sienten y piensan porque son como nosotros en el mundo de Lilliput.


A continuación, un resumen de las palabras de Lipton en el video

Habla de un experimento realizado por John Karat en 1988, su equipo cogió células intolerantes a la lactosa y las rodeó sólo de lactosa, esa era su única comida.

Lo normal es que todas hubieran muerto pero sorprendentemente todas sobrevivieron. Cada una entendió el problema al que se enfrentaba y sustituyó una enzima defectuosa por una funcional para, de ese modo, poder utilizar la lactosa como comida. Si una célula es capaz de decidir cómo y cuándo evolucionar porque se enfrenta a la extinción, entonces cualquier cosa puede hacerlo.

Estas palabras de Lipton me sugieren una reflexión, extrapolando, podemos deducir que lo mismo ocurre cuando nos enfrentamos a una situación difícil, como por ejemplo una crisis que parece irreversible, o a una enfermedad terminal, existe una posible salida diferente a la que las circunstancias hacían suponer. Sólo hace falta sustituir la “enzima defectuosa”, es decir el pre condicionamiento, la creencia, el patrón arraigado, lo que Kryon llamaría un implante.

Nos han hecho creer que el cuerpo es una máquina bioquímica controlada por genes sobre los que no podemos ejercer ninguna autoridad, eso implica que somos víctimas de una situación, no los elegimos, los recibimos al nacer y ellos programan lo que sucederá. Cogí tres grupos de células, las puse en tres placas de Petri, cambié las condiciones, cambié el medio de crecimiento y los componentes del medio ambiente en cada una de las tres placas.
Luego verifiqué que en una de las placas se formó hueso, en otra músculo y en otra, células liposas. ¿Qué fue lo que controló el destino de cada una de ellas si eran genéticamente idénticas? Eso demuestra que los genes no lo controlan todo, es el ambiente, el ser humano es el que controla, dependiendo de cómo lee el ambiente, de cómo su mente lo percibe. Estamos en un punto de la historia en que hemos de elegir ser soberanos o permanecer dependientes. No estamos limitados por nuestros genes sino por nuestra percepción y nuestras creencias”.
La nueva ciencia, la Epigenética, nos aclara con su propio nombre, qué es lo que realmente está ocurriendo en los genes: Epi-genética, epi significa sobre, por lo tanto control sobre los genes, matiz importante que marca la diferencia. Existe una importante diferencia entre la nueva y la vieja ciencia. En la vieja ciencia, somos víctimas porque no podemos cambiar nuestros genes, no los elegimos y ellos controlan nuestra vida. En cambio, la nueva ciencia dice que somos los directores de la orquesta, y que todo depende de nosotros, y podemos cambiar el ambiente en el que vivimos o aquel al que respondemos, modificando de esa manera nuestra actividad genética. El poder está en nosotros, puesto que tenemos la capacidad de identificar un ambiente que nos proporcione salud y salir de otro que nos esté enfermando.
Hablar y enfadarse consigo mismo no cambia el cassette en nuestra mente, la mayoría de la gente trata de cambiarlo de esa manera y se frustra fácilmente. ¿Cómo hacerlo? Hay muchas maneras diferentes de cambiar la cinta. La primera manera que aprendí es la llamada conciencia budista. Básicamente dice que no dejes la cinta correr, que prestes atención al momento presente, entonces estarás al mando. Si tu mente divaga, la cinta avanza, pero si prestas atención, estás dirigiendo el show.
Otra manera de “cambiar la cinta” es crear un hábito. Esa manera funciona, porque la mente subconsciente es una “aprendedora de hábitos”. Créate un hábito y asegúrate de hacerlo todos los días. Al principio te parecerá difícil, pero luego lo repites tan frecuentemente que en realidad ni siquiera sabes que lo estás haciendo. Ahora es un hábito. Es como cuando condujiste un coche la primera vez. Tenías que pensar en muchas cosas, cinturón, freno de mano, intermitentes, embrague, luces, freno, acelerador, todo ello con la mente ocupada en pensar cómo hacer todo eso. Sin embargo, una vez que obtienes experiencia en la conducción, puedes hablar con alguien, poner música y pensar en otros asuntos sin darte cuenta siquiera de que estás conduciendo, porque ahora es un hábito.”

Si algo he podido comprobar es que no se heredan genéticamente las enfermedades o disfunciones sino que se heredan los patrones susceptibles de predisponernos a contraer determinada enfermedad. Si tomamos conciencia de cuáles son estos patrones y los modificamos, demolemos la presa, se modifica el diseño de nacimiento. Crear un hábito es lo que hacemos cuando repetimos ejercicios de Qi Gong, Tai Chi o meditación por ejemplo, si repetimos un mínimo de tiempo a diario, nuestro cerebro habrá creado el hábito, de manera que con el tiempo, con solo unas pocas repeticiones del ejercicio, sin necesidad de protocolos previos, sentiremos una profunda relajación, que es uno de los beneficios que nos trae dicha práctica.


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